El
otro día fui a la playa en bici. Para empezar, fue un tormento
entrar con las bicicletas por la arena. Si ya es difícil entrar sin
peso, no os podéis imaginar lo que fue eso. Cuando llegamos al lugar
exacto (cerca del mar pero sin riesgo de que se mojaran las cosas),
nos dispusimos a poner las toallas. Poner las toallas es una cosa muy
difícil aunque no lo parezca. Debemos calibrar el aire, ver la
disposición de los otros compañeros, elegir si queréis estar en
fila o en cuadrado (es decir, unas toallas delante de otras o todas
en fila) y ponerlas de tal manera que no entre arena por ningún
espacio. El siguiente paso, es ponerse el protector solar (aunque
muchos omiten este paso). Entonces, depende de si vas con chicas o
chicos suelen ocurrir dos cosas. Ir directamente a bañarte o a jugar
a matarse por la arena, o ponerte a tomar el sol. Yo como iba con los
chicos me tiré al agua sin ni siquiera pensarlo. Casi prefería esa
opción porque realmente hacía muchísimo calor. El agua estaba
revuelta y había bandera amarilla. Los chicos quisieron entrar más
adentro. De repente vi la marea que transcurría bajo aquellas olas,
algo más altas de lo habitual. No había demasiada corriente pero
enseguida empecé a recordar aquella vez que por poco me ahogo:
“Un
día estaba nadando en el mar con unos amigos. Todo estaba genial y
todos nos lo pasábamos bien. De repente, decidimos salir y vimos que
nos costaba mucho nadar hacia la orilla. Vi que todos lo consiguieron
y que yo por más que me esforzaba, no lo conseguía. Las olas
pasaban por encima de mi cabeza y eran tan seguidas que a penas tenía
tiempo de respirar. Noté que empezaba a faltarme aire, que me
cansaba y que me empezaba a doler el pie en el cual me he hecho
tantas lesiones en mi vida de deportista. Creía que no conseguiría
salir de ahí y mi propio nerviosismo me creó hiperventilación que
se entrecortaba por las constantes olas. Alguien llegó a mi lado y
me dijo: Deja de moverte o te pegaré. Yo estaba asustada y no
podía dejar de moverme en mi lucha por conseguir algo de aire, algo
de oxigeno. Mi amigo haciendo el torpe intento de ser un socorrista
me agarró más fuerte e intentó nadar conmigo. Hubo una ola que nos
arrastró hacia al fondo, me pareció que estuvimos una eternidad
allí bajo. Lo siguiente que recuerdo es que mi amigo me cogía por
la cintura mientras yo cojeaba y nos tiramos en la arena. Aún con el
pulso acelerado y la mirada perdida me giré hacia él dándole
gracias mil veces.”
Estuve
en el agua y luego salí junto a mis amigos. Me tumbé a secarme.
Ellos empezaron a cavar un agujero en la arena y la verdad es que no
les hice mucho caso. Cuando volví a mirar había un agujero enorme y
me acerqué a cotillear. Estaban haciendo un supuesto jacuzzi. La
verdad es que habían hecho un boquete enorme, donde cabían tres
personas, y muy hondo ya que había encontrado agua. Además habían
hecho un pequeño canal para que el agua del mar les llenara su
jacuzzi. Se metieron tres de mis amigos y los demás les empezaron a
tirar arena hasta que solo se les veían las cabecitas. Les hicimos
miles de fotos estaban muy graciosos.
Más
tarde fueron a cazar cangrejos y estaban más felices que un niño
con zapatos nuevos. Recuerdo como vinieron a que les hiciera nudos en
los hilos que iban a utilizar para cazarlos. Al rato, llegaron
tristes porque no tenían donde poner el cangrejo y entonces no lo
habían traído.
Finalmente
acabó el día. Debo reconocer que me gusta más la piscina pero ese
día en la playa había estado muy bien. El único y mayor
inconveniente... la incomodidad de la arena y, sobre todo, si tienes
que volver en bicicleta como hice yo.
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