miércoles, 18 de julio de 2012

Una de playa.


El otro día fui a la playa en bici. Para empezar, fue un tormento entrar con las bicicletas por la arena. Si ya es difícil entrar sin peso, no os podéis imaginar lo que fue eso. Cuando llegamos al lugar exacto (cerca del mar pero sin riesgo de que se mojaran las cosas), nos dispusimos a poner las toallas. Poner las toallas es una cosa muy difícil aunque no lo parezca. Debemos calibrar el aire, ver la disposición de los otros compañeros, elegir si queréis estar en fila o en cuadrado (es decir, unas toallas delante de otras o todas en fila) y ponerlas de tal manera que no entre arena por ningún espacio. El siguiente paso, es ponerse el protector solar (aunque muchos omiten este paso). Entonces, depende de si vas con chicas o chicos suelen ocurrir dos cosas. Ir directamente a bañarte o a jugar a matarse por la arena, o ponerte a tomar el sol. Yo como iba con los chicos me tiré al agua sin ni siquiera pensarlo. Casi prefería esa opción porque realmente hacía muchísimo calor. El agua estaba revuelta y había bandera amarilla. Los chicos quisieron entrar más adentro. De repente vi la marea que transcurría bajo aquellas olas, algo más altas de lo habitual. No había demasiada corriente pero enseguida empecé a recordar aquella vez que por poco me ahogo:

Un día estaba nadando en el mar con unos amigos. Todo estaba genial y todos nos lo pasábamos bien. De repente, decidimos salir y vimos que nos costaba mucho nadar hacia la orilla. Vi que todos lo consiguieron y que yo por más que me esforzaba, no lo conseguía. Las olas pasaban por encima de mi cabeza y eran tan seguidas que a penas tenía tiempo de respirar. Noté que empezaba a faltarme aire, que me cansaba y que me empezaba a doler el pie en el cual me he hecho tantas lesiones en mi vida de deportista. Creía que no conseguiría salir de ahí y mi propio nerviosismo me creó hiperventilación que se entrecortaba por las constantes olas. Alguien llegó a mi lado y me dijo: Deja de moverte o te pegaré. Yo estaba asustada y no podía dejar de moverme en mi lucha por conseguir algo de aire, algo de oxigeno. Mi amigo haciendo el torpe intento de ser un socorrista me agarró más fuerte e intentó nadar conmigo. Hubo una ola que nos arrastró hacia al fondo, me pareció que estuvimos una eternidad allí bajo. Lo siguiente que recuerdo es que mi amigo me cogía por la cintura mientras yo cojeaba y nos tiramos en la arena. Aún con el pulso acelerado y la mirada perdida me giré hacia él dándole gracias mil veces.”

Estuve en el agua y luego salí junto a mis amigos. Me tumbé a secarme. Ellos empezaron a cavar un agujero en la arena y la verdad es que no les hice mucho caso. Cuando volví a mirar había un agujero enorme y me acerqué a cotillear. Estaban haciendo un supuesto jacuzzi. La verdad es que habían hecho un boquete enorme, donde cabían tres personas, y muy hondo ya que había encontrado agua. Además habían hecho un pequeño canal para que el agua del mar les llenara su jacuzzi. Se metieron tres de mis amigos y los demás les empezaron a tirar arena hasta que solo se les veían las cabecitas. Les hicimos miles de fotos estaban muy graciosos.

Más tarde fueron a cazar cangrejos y estaban más felices que un niño con zapatos nuevos. Recuerdo como vinieron a que les hiciera nudos en los hilos que iban a utilizar para cazarlos. Al rato, llegaron tristes porque no tenían donde poner el cangrejo y entonces no lo habían traído.

Finalmente acabó el día. Debo reconocer que me gusta más la piscina pero ese día en la playa había estado muy bien. El único y mayor inconveniente... la incomodidad de la arena y, sobre todo, si tienes que volver en bicicleta como hice yo.

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